lunes, 6 de junio de 2016



"EL GRAN ASOMBRO. La curiosidad como estímulo en la historia de la filosofia"

                                           Jeanne Hersch

Cuando se lee un volumen de Historia de la Filosofia a menudo no se busca más que volver a tener un fresco general de la evolución del pensamiento desde sus inicios. Creo que es algo que debería hacerse de vez en cuando, porque siempre hay 
aquellos filósofos a los que uno vuelve una y otra vez porque ya le sedujeron en su día y se han instalado cómodamente en lo que 
uno considera sus libros de cabecera,pero seguramente hay otros que en el momento en que los abordamos se quedaron en la breve explicación resumida dentro del manual y no tuvimos ganas de tener una visión más amplia del corpus de su pensamiento. 

Y pasan los años, y somos otros. Y al volver a leer un compendio de filosofia sorprende que ahora quizás hay otros nombres que nos llaman la atención.  El mundo también es otro, y parece que dentro del escaparate haya voces antiguas que se hacen más urgentes que otras. 

Este repaso de 2000 años de historia del pensamiento es exactamente lo que se produce en esta obra exquisita de Jeanne Hersch, filósofa y escritora que además sabe poner un hilo conductor a su visión particular de cada filósofo y de cada escuela  de los que nos habla: el asombro. De esto trata en realidad esta obra deliciosa y entendible, de este primer asombro que produjo el nacimiento de la filosofia, el del hombre maravillandose ante lo que le rodea y haciéndose preguntas. Estremece imaginar a esos filosofos griegos asombrados ante todo y con su pensamiento como único instrumento para abarcar y comprender la realidad, sin un punto de partida con ideas anteriores, asombrados ante todo y sin posibilidad de leer nada de otros autores, solos con sus propias entrañas dispuestas a ser estrujadas para empezar a encontrar explicaciones ante los fenómenos. Solos, en realidad, con su propia extrañeza delante del mundo y una decidida voluntad de interrogarse y comprender. 

Del recorrido surgen joyas en forma de ideas. Herch sabe rescatar- y explicar prístinamente- algunas de relevantes de cada filósofo del que habla. Como en el caso de Karl JAspers (del que además fue asistente) y su explicación magistral de conceptos de transmisión y comunicación. Mientras que en el caso de la transmisión sólo hay un intercambio de información objetiva que permite que los hombres coordinen sus actividades en el mundo en el que se desarrolla su experiencia común, en la comunicación se produce lo que Jaspers llama "el combate amoroso". Como se trata de una comunicación "de existencia a existencia", la libertad de convicciones se convierte en un a condición indispensable para que se produzca este tipo de intercambio genuino,  pero a la vez esta misma libertad actúa como un obstáculo contante. Se entiende entonces la frustración que ocasiona el hablar buena parte de las veces, en ausencia de esta aceptación de la libertad del otro. Y acabamos transmitiendo más que comunicar.  Veáse éste sólo como un pequeño ejemplo de los  las aportaciones útiles y estimulantes que la capacidad de asombro ha logrado en algunos pensadores...

Y es que a lo largo de esta lectura se verifica una y otra vez que esta curiosidad ha sido siempre una de las fuerzas más poderosas para vencer la arrogancia de creerse con todas las respuestas y la suficiencia de una fe desmesurada en el progreso. Tenemos mucho que aprender de esta actitud de saber maravillarnos, abrazar la realidad cotidianamente con sorpresa, y que de esta sorpresa nazca también la voluntad de comprender. De todos los que han sabido asombrarse en el pasado, nos queda el legado de las obras de algunos que supieron como vehicular su pensamiento en palabras que han perdurado hasta nuestros días. Y sobretodo el modelo de una actitud de plantear los problemas aunque no se halle una respuesta satisfactoria del todo, de amar estos problemas incluso, y de hacer del pensar maravillados una forma de estar en el mundo que nos haga llevar existencias más plenas (y, por supuesto, más asombradas). 

Por Sílvia Ardévol

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