miércoles, 6 de abril de 2016



                   Visita a la Torre de Montaigne



 Que para llegar a la torre de Montaige sea necesario caminar por un pasaje flanqueado por cedros centenarios ya en sí parece una invitación al recogimiento. Cuando se entra en la torre, hay una sensación concéntrica permanente: desde la primera planta, una capilla redonda de techo abovedado y azul  loimpregna todo de circularidad. Apenas hay esquinas, y eso mismo ya se yergue como símbolo del continuum que suponía su aislamiento, si no su reclusión, en una época tan llena de contradicciones, necesitada de coherencias.

 Situado entre dos mundos, el que recibía y la edad moderna que se intuía en el horizonte, Montaigne decidió retirarse de la vida pública con la intención manifiesta en la inscripción latina que puede leerse todavía en una de las estancias: " En el año de Cristo de 1571, a la edad de treinta y ocho años, el último día de febrero, aniversario de su nacimiento, Michel de Montaigne, muy cansado de las servidumbres de los tribunales y de los empleos públicos, aún entero, se retira al seno de las Vírgenes sabias (las Musas), donde tranquilo y libre de toda preocupación pasará lo poco que le quede de vida, ahora ya consumida en más de la mitad. Si el destino lo permite, completará esta morada, este dulce y ancestral retiro, y se consagrará a su libertad, tranquilidad y placer."

 Su nueva vida en la torre dedicada sobretodo al estudio tiene algo de tributo a su amigo recién fallecido Étienne de la Boétie, como si se supiera víctima potencial de la melancolía extrema y hubiera en su consagración a las letras un intento de no caer en el temible Taedium Vitae. Se respira al ir ascendiendo por las escaleras que no iba a estar solo en este retiro, pues en seguida de esta crisis surgirá la necesidad de escribir, y las "doctas vírgenes", las musas, lo acompañaran en cada uno de los rincones de este nuevo hogar.

 Desde la premisa de Terencio de que nada de lo humano le fuera ajeno, Montaigne decide estudiarse. Pero si se sitúa en el centro no es para mirarse el ombligo sino para llegar a lo universal a través del análisis de un sólo ser humano. Considera que cada hombre encierra el todo de la condición humana, y desde ese autorretrato al natural al que aspira en sus Ensayos cree que podrá llegar a arrojar algo de luz sobre lo que, en definitiva, somos.

 La biblioteca en la última planta de la torre es el sitio más sobrecogedor. Ahora vaciada, uno imagina los 1000 volúmenes dispuestos en semicírculo como una mirada constante y alentadora hacia el centro, la mesa donde Montaigne escribe. En esta habitación falta un elemento imprescindible: la chimenea. Ante el riesgo de que sus libros pudieran quemarse, Montaigne prefería el frío. Solía pasear por la estancia y seguramente ir dictando, mientras con la 
mirada hacia arriba se inspiraba o recordaba certidumbres en las 57 sentencias bíblicas y del mundo grecolatino escritas en las vigas.

 Se entiende en este entorno florecieran las citas en sus ensayos, aunque se cree que de las 1300 que aparecen en su obra buena parte las supiera de memoria. Esta erudición no crea distancia con el lector ni resuenan pedantería pues sabe introducirlas con naturalidad mientras habla tanto de cosas cotidianas como trascentes.

 Montaigne supo del valor de tener un espacio propio. "Miserable, a mi ver -exclama-, quien en su agujero no tiene donde meterse, donde hacer particularmente su corte, donde ocultarse.» Es curioso darse cuenta al visitar este espacio que  no solo su torre le ofrecía este "agujero" sino también  un hueco junto a un ventanal donde se ocultaba literalmente para sentarse a leer y librarse de visitas incómodas.

 También sabe por eso que el retiro no es garantía de nada. Con la soledad hay que saber hacer algo: “Retiraos a vuestro interior pero preparaos primero para recibiros. Es posible fallar tanto en soledad como en compañía pero lo mas grande de este mundo es saber pertenecerse."

 Alguien que dijo "no formo al hombre. Lo recito". Un hombre en permanente conversación con los sabios de la antigüedad y también con los del futuro, alguien que aprendió en su retiro a pensar con libertad y que sigue espoleando a sus lectores a sumergirse en la tarea de conseguirlo. Sin prisas y embelleciendo cada tramo del trayecto. Como dijo él mismo del mundo, que“no es más que una 
escuela de búsqueda", en la que "no se trata de ver quien logra el objetivo sino de quien hace la carrera mas hermosa. "


Por Sílvia Ardévol

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