miércoles, 21 de octubre de 2015




        Yo, otro. Crónica del cambio

               Imre Kertész

  
  Parecería un diario, pero no lo es. Más bien se trata de un mosaico donde el autor recoje sus impresiones  mientras recorre distintos escenarios centroeuropeos y en los que el denominador común es la mirada de un apátrida desengañado con lo que a los colectivos se refiere, que detiene la mirada en el individuo que tiene enfrente, pero que asume que "todo entender es un malentendido". En estas arenas movedizas se mueven siempre las afirmaciones de Kertesz, hasta con sus propias percepciones: " Aquellas mañanas vienesas irrecuperables, irrepetibles, ¿las disfruto lo suficiente? ¿No soy tal vez demasiado estúpido para ser feliz?"

  Esta sinceridad proyectada también hacia lo que seria su vida ideal, teñida hasta el último rincón de desprendimiento: "Creo que siempre he querido vivir así: en un agradable piso alquilado (que no sea mío), entre muebles acogedores (que no sean míos), sin un hogar, con independencia, haciendo lo que me toca (en este caso traducir a Wittgenstein), en el extranjero, en un lugar donde me acompañan recuerdos de hechos que imagino, pero que tal vez nunca existieron..." 

  Parecería que después de haber estado en Auschwitz uno hubiera de construir su identidad invariablemente sobre ese suceso. Pero el "yo" es un proceso en contrucción marcado por tantos otros acontecimientos. "Todos preguntan sobre Auschwitz", dice, "y eso que debería hablarles de las vulgares alegrías de la escritura... comparado con ellas, Auschwitz es una extraña e inabordable trascendencia." La vida se presenta entonces como la novela de formación de la que uno es protagonista. 

  Y la felicidad una dicha para la que hace falta un talento especial. Kertesz gusta de citar a Camus, para quien la felicidad era una obligación. Pero Kertesz añade, de forma muy significativa: "¿ante quién estamos obligados, ante nosotros mismos, ante nuestros prójimos, ante Dios tal vez?"

  Estas notas reflejan no obstante, que su gran batalla campal es contra la ligereza. La enemiga verdadera de esta felicididad 
obligatoria, aunque no sepamos ante quién ni ante qué. Por eso puede definir la felicidad -la suya- de una manera tan hermosa: "la ligereza de llevar una carga (...) cuando el hecho asombroso de la existencia se filtra por un fugaz instante a través de las imágenes de la vida y el color verdadero colorea los colores."

  Su visión de la muerte también es trágica pero no en el sentido habitual. Su parte más dolorosa viene al tomar conciencia el moribundo que durante cuatro, cinco, seis, siete, hasta ocho décadas se ha estado engañando. La perplejidad invencible de esta lucidez, y que al darse uno cuenta de que su vida haya sido un error no pueda siquiera considerar la muerte como una rectificación digna de ese error. 

  De ahí su consideración de postular vivir así, de manera intempestiva y trágica, como si solo dispusieramos de "lánguidas vidas de larva"(...)  a las que solo les ha sido concedido  "un único y breve verano entre dos vidas"

Por Sílvia Ardévol

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