domingo, 27 de septiembre de 2015


Woman sitting on a swing. Hagia Triada, Late New Palace period (1450-1300 B.C.),
                                              Heraklion Archaeological Museum, Crete.


 The Swing

(Se columpia sin cabeza
alguien que algun día la tuvo)

Salió del laberinto
y con gesto balanceoso
una niña antigua
desafió al Minotauro.

Sujeta en dos pilares
con brazos arcaicamente temblorosos
estira las piernas muertas
hacia el espectador futuro de la historia.

Desde el ahora
la miro atenta y aterrida
con sus dos pájaros a lado y lado
los mismos que picotearon la fruta
del árbol de la vida.

La niña de piedra
me sonríe sin cabeza
desde su instante detenido
desde su eternidad efímera
y me manda desde muy ayer
un balanceo modélico
un suspenderse en sólido
una belleza que, alargándose,
me toca, y me hiere.

Por Sílvia Ardévol





martes, 22 de septiembre de 2015



  CONFERENCIA DE CARLOS GARCÍA GUAL,
 Girona 26 de marzo 2015

         "¿Porqué leer a los clásicos?"


   Hay conferencias a las que uno asiste sabiendo la respuesta a la pregunta que plantean. Con un tema así, "¿por qué leer a los clásicos?" parece que a uno le sobren razones más bien y que nada muy nuevo pueda ser aportado. Pero no se trataba de novedades de lo que García Gual venía a hablar, si no de arrojar brillo a una cuestión mascada pero no resuelta, en una época en que la mayoría de los saberes se miden por su pretendida utilidad. 

   En una sociedad además atacada de "PRESENTISMO" dijo Gual, con su idea del mundo limitada al presente, se hace más urgente que nunca hacer del legado intelectual un hilo de Ariadna del que saber tirar para orientarse mínimamente. Los clásicos además vienen a proporcionar una visión de la humanidad individualizada que el mundo apresurado de hoy tiene a diluir en masa. 

   Se entretuvo García Gual con una descripción vívida y bella de la escena que considera la fundación del humanismo occidental: al final de la Ilíada, Príamo va a suplicarle a Aquiles que le devuelva el cadaver de su hijo. Cuando se arrodilla a sus pies e intenta besarle la mano y Aquiles no se deja, es la primera y única vez en todo el texto que Homero lo llama "el gran Príamo". La grandeza de Príamo se subralla precisamente en ese momento. Aquiles lo levanta y contempla la grandeza de su enemigo, la belleza del guerrero, y en ese momento los dos se abrazan y se echan a llorar. La belleza ganando sobre los odios y las diferencias... ¿a alguien le puede quedar alguna duda de porqué leer a los clásicos?

   Parece además que al toparse con personajes de esta envergadura, con sus pasiones, sus contradicciones, sus miserias, uno se sienta arropado por el hecho de que desde tan atrás el ser humano haya sido el mismo. Y a la vez deja de mirarse el ombligo centrado en una subjetividad mal entendida.

  Leer a los clásicos es una actividad inagotable dijo Gual y casi se podría añadir que en cada relectura algún matiz nuevo aparece que revela un pliege más de la pasta de la que está hecho el ser humano. 

   Dejó anotado Elias Canetti en sus Apuntes "Me interesan los hombres de carne y hueso y me interesan los personajes. Aborrezco los híbridos de ambos". En una época donde los híbridos abundan, que placer es dejarse recordar la gran contribución que pueden hacernos los personajes clásicos para comprender un poco más la condición humana, siempre con los ojos abiertos (y los oídos atentos) a los hombres de carne y hueso. Que, si además son sabios y humildes como Gual, escucharlos ensancha. 

Por Sílvia Ardévol

lunes, 14 de septiembre de 2015




LA VÍCTIMA, Saul Bellow




Los antihéroes de Bellow siempre resultan algo entrañables.  Como judíos americanos, no puedes evitar mientras lo lees imaginar a un Woody Allen encarnado en personaje paranoico y lúcido a la vez, capaz de autosatirizarse en cada frase. Leventhal, el protagonista de "La Víctima" encarna una vez más este perfil excéntrico e inteligente, desencantado con la vida. Pero esta vez el lector recorre su espiral de miedo y paranoia al toparse con un "gentil" con el que se supone que esta en deuda por haberle hecho perder su empleo tres años atrás. Hasta aquí el argumento. El resto es un regodeo interminable en reflexiones sagaces y divertidas, descripciones de personajes secundarios con matices agudísimos, y en general una sensación fresca, de prosa que arrastra sola, sin recovecos. 

Hay dos de estas elocubraciones antológicas en esta obra que quisiera destacar como las más brillantes. Hablando del sueño y del aburrimiento, dice Leventhal que en todas las personas había algo contra estas dos tendencias. Y de ahí tira del hilo de su pensamiento con la disertación cómica del hombre como a la carrera con un huevo sobre la cuchara: 

"Estábamos todo el tiempo cuidándonos, guardando, almacenando, vigilando por un lado y por otro, y al mismo tiempo corriendo, corriendo desesperadamente, corriendo como si estuviéramos en una carrera con un huevo sobre la cuchara. "

Hasta aquí bien, retrato histriónico del absurdo de la vida acelerada, en lucha permanente contra el tedio. Pero Leventhal prosigue:

"Y a veces estamos hartos del huevo, incapaces de aguantar más, y en tales momentos preferiríamos pasarnos al demonio o a lo que llaman el poder de las tiniblas, antes de correr con la cuchara, vigilando el huevo, temiendo por el huevo."

Aquí el absurdo de nuestro paseo por la vida, "temiendo por el huevo" ya adopta tintes tragicocómicos. Y aún hay más: 

"El hombre es débil y frágil, necesita determinadas cantidades de todo: agua, aire, alimentos; no puede comer ramas y piedras; tiene que evitar que se le rompan los huesos y perder toda su grasa. Esto y aquello. Acumula azúcar y patatas, escobde dinero en el colchón, procura no herir sus propios sentimientos siempre que puede, y se esfuerza y toma precauciones. Todo esto se podía decir, en bien del huevo. ¿Morir, entonces, es echarlo todo a perder? ¿Pudrirse? Y el juicio final, ¿mirar el huevo a trasluz?

Vidas pequeñas, apresuradas, cuya rendición de cuentas, al final de las mismas, consiste solo en mirar al trasluz un contenido insignificante, ese huevo que hemos sostenido de acá para allá, como si nos fuera todo en ello.  El propio Leventhal le parece divertido y ridículo el planteamiento: 

"(...) rió en voz baja y se frotó la mejilla. También existía la situación contraria, jugar con el huevo, arrojándolo de unas manos a otras, amenazar al huevo."

La otra gran idea que aparece en el libro y que me parece de un acierto insólito es su reflexión sobre lo que mueve al ser humano: 

"Había que brillar. Eso era lo curioso. Todo el mundo quería ser lo que era hasta el límite." 

Desde los grandes éxitos hasta los delitos o los vicios, todo acaba siemdo el resultado de querer llevar hasta el límite lo que uno es. O lo que uno cree ser. Es posible que nos equivoquemos respecto nosotros mismos y todo y con eso acabemos llevando hasta al final esta equivocación, para bien o para mal. 

De este tamaño las suelta Bellow, como quien no quiere la cosa, interrumpiéndote la caracajada con estas dosis de clarividencia. Es representativa de este stilo suyo la historia que Bellow contó en una entrevista:

" A un hombre sabio le hacen la siguiente pregunta: '¿Cuál es la diferencia entre la ignorancia y la indiferencia?' y el hombre sabio responde: 'No sé y no me importa'". 

Mejor no se puede explicar. De este tipo de sabiduria van sus libros, de las bodas entre el ingenio y la mordacidad, entre la desilusión y el vitalismo.