sábado, 22 de agosto de 2015



                                                                 LA COMUNIDAD

"Somos cinco amigos; cierta vez salimos uno detrás del otro de una casa; primero vino uno y se puso junto a la entrada; luego vino, o mejor dicho, se deslizó tan ligeramente como se desliza una bolita de mercurio, el segundo, y se puso no lejos del primero; luego el tercero, luego el cuarto, luego el quinto. Finalmente, todos estábamos de pie, en una línea. La gente se fijó en nosotros y saludándonos decía: los cinco acaban de salir de esa casa. Desde entonces vivimos juntos, y tendríamos una vida pacífica si un sexto no viniera siempre a entrometerse. No nos hace nada, pero nos molesta, lo que va es bastante; ¿por qué se introduce por fuerza allí donde no se le quiere? No lo conocemos y no queremos aceptarlo con nosotros. Nosotros cinco, la verdad, tampoco nos conocíamos antes y, si se quiere, tampoco nos conocemos ahora, pero lo que es posible y admitido entre nosotros cinco es imposible e inadmisible en ese sexto. Además, somos cinco y no queremos ser seis. Por otra parte, qué sentido puede tener esta convivencia permanente, si entre nosotros cinco tampoco tiene sentido, pero nosotros ya estamos juntos y seguimos estándolo, pero no queremos una nueva unión, precisamente en razón de nuestras experiencias. Pero ¿cómo enseñar todo esto al sexto, puesto que largas explicaciones implicarían una aceptación en nuestro círculo? Es preferible no explicar nada y no aceptarlo. Por mucho que frunza los labios, lo alejamos empujándolo con el codo; pero por más que lo hagamos, vuelve siempre otra vez."                                      
Franz Kafka, 1920.

Leo este cuento breve de Kafka y no puedo evitar asociarlo con las trágicas escenas de imigrantes llegando a las costas de Europa. Resultaba que aquí éramos "5 amigos" y no queríamos ser 6. De entrada la arbitrariedad de lo que constituyen nuestras fronteras podría quedar magistralmente representado por el azaroso salir y entrar en una casa de estos 5 personajes de Kafka: van uno detrás de otro hasta que hay alguine que los identifica juntos y les saluda como a grupo. Así se formó Europa también, a lo largo de los siglos, mezclando sangre árabe y judia, barbara y germánica, hasta que alguien vino, levanto la mano para dirigir un saludo a esa amalgama de identidades y dijo: los europeos. Pero resultaron ser 5, y no 6. Y lo que es "posible y admitido" por estos 5, es "imposible e inadmisible" para el caso de su sexto. Lo que es más: no queremos ser 6. La intromisión de este otro elemento nos quita paz," no lo conocemos y no queremos aceptarlo con nosotros". ¡Y eso que nosotros "tampoco nos conocíamos antes, y si quiere, tampoco nos conocemos ahora"!
Los símiles asustan, sobre todo al avanzar hacia el absurdo, el sinsentido tanto de ser 5 como de ser 6 en este espacio de 
convivencia etiquetada...feroz final que implica que sobran incluso las explicaciones largas sobre el porqué un sexto no es aceptado, puesto que estas explicaciones largas ya implicarían un primer paso de aceptación.  Mucho mejor seguirlo alejando, a golpes de codo o a golpes de leyes estúpidas.
Sin embargo, no debemos olvidar en nuestra pacífica y absurda convivencia europea, que el sexto siempre vuelve otra vez. Aunque sea con otras caras y otros nombres. Y mientras, nuestro Mediterraneo se llena de cadáveres, marcados con el número 6. 


Por Sílvia Ardévol

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