sábado, 11 de abril de 2015

                                               

Cinco meditaciones sobre la muerte,
François Cheng

La primera vez que vi a François Cheng en un programa francés que entrevistaba a Michel Onfray no sabia quién era. Tenía aspecto de sabio, todo el rato observando, silencioso...hasta que el presentador lo interpeló directamente y después de una pausa larga dijo no haber reflexionado lo suficiente sobre el tema para poder dar una respuesta. Supe después que se trataba de François Cheng y que, efectivamente, pertenecía a aquella clase de intelectuales de otra epoca, lejos de los focos mediáticos, de los que dejan reposar los temas antes de pronunciarse. Esto es lo que parece haber hecho en estas 5 meditaciones expuestas aquí sobre un tema peliagudo como es la muerte. Se trata de un seguido de conversaciones ante un público al que llama "amigos", y ante el que despliega  su visión particular sobre la muerte y también sobre la belleza. El hecho de que Cheng participe de dos culturas situadas en los dos extremos del continente euroasiatico acentúa la peculiaridad de suvisión,sabiendo tomar lo mejor de cada una.El mismo anuncia en su primera Meditación que su percepción de la vida està condicionada por sus orígenes, por venir de lo que se llamaba el Tercer Mundo, en el que "cualquier migaja de vida era recibida como un don inesperado."  

Durante los años de guerra experiementada en su juventud, la posibilidad de la muerte era precisamente lo que empujaba a toda una generación "en esta ardiente urgencia de vivir" y a defender la vida como si de un fiel abogado se tratara.

Parte de la premisa de que todas las cosas mueren, incluso la felicidad. Y es precisamente esta consistencia frágil lo que le aporta su componente más lumínico.

Avanza hasta lo que parece la inmensa paradoja: ¿ser consciente de
 la muerte puede acercar más a la vida? En efecto, calificar el estar vivo como un milagro, con sus instantes fugaces de felicidad, darse cuenta del don inaudito que supone despertarse cada día...esto hace abrazar con asombro y aprecio algo que podría no estar sucediendo: que existamos. Y para Cheng existir no se reduce a existir corporalmente. Vivir compromete todo el ser.

Y aún hay otro milagro más: entre los seres marcados por la finitud surge un gozo propio del infinito. ¿Qué poseemos, en realidad? Poco más que el instante. Junto a la certeza de la muerte, tenemos la certeza de poder ser los maestros del instante de vida. Y es este instante el que cuando lo vivimos como único, con plena conciencia 

de su irrepitibilidad , entronca con lo que debe de ser la eternindad. 

Cita de Rimbau, quien comprendió que la eternidad se encontraba en el instante:

"Ha vuelto a ser encontrada.
¿Qué? La eternidad. 
Es el mar que se ha ido 
con el sol. "

En su tercera meditación/conversación Cheng aborda el tema de la belleza. A no ser que uno tenga mala fe, dice, debe admitir sin reservas que el universo vivo es bello.  Esta belleza que habita el menor de los rincones es la que nos persuade constantemente, aunque no lo sepamos, de que merece la pena vivir. Con la belleza se 
establece una relación de apego-desapego relacionada directamente 
con la muerte. Aparece la belleza en la cresta del instante y después huye, y luego vuelve a parecer. No dura, se nos escapa. Muere para renacer, con otra forma, conmovedora también.


Así, vivir con plena conciencia de la fragilidad de la vida y de la belleza no deja de ser una invitación a la plenitud. Los occidentales que no hemos vivido en el tercer mundo, y para los que la guerra ha sido sólo una narración de los mayores o de los libros, hacemos bien en prestar oído a esta visión particular de este sabio escritor francés. Quizás la muerte no tenga que ser un tabú, al fin y al cabo. Vivir mirandola de reojo puede ser la fórmula para habitar, todavía un poco más si se puede, la frágil belleza de cada instante. 

Por Sílvia Ardévol

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