jueves, 30 de abril de 2015




Wilhelm Meinster, Goethe


"El hombre es tan dado a lo vulgar...es tanta la facilidad con la que los sentidos y el espíritu se embotan par percibir las impresiones de lo bello y lo bueno, que hemos de perseguir por todos los medios el cultivo de la facultad de sentirlas."

miércoles, 29 de abril de 2015

   

                                                       

Festival MOT, Olot 2015


Libros de Crónicas, Antonio Lobo Antunes

Descubrí a Lobo Antunes por sus crónicas los sábados en Babelia. No había entrado en ninguna de sus novelas y en cambio esperaba con ganas sus relatos sabatinos, llenos de una ternura y un realismo difíciles de conciliar tan armónicamente en un escrito breve. Y ahora por fin lo tenía en frente, en el festival Mot en Olot

Me pasa como a él, que "me gustan las personas modestas porque me conmueven las señales interiores de riqueza." Y por eso mismo me gustaba tenerlo ahí delante, narrando modestamente sus vivencias como si carecieran de relevancia pero atrapándonos como si fueran lo más importante del mundo. 

Él mismo había dicho de sí..."tengo llana la ternura, aunque con nudos." Y así lo vi, desparramado en la silla, lleno de nudos de más de 70 años años, tiernísimo a más no poder. 

 Sonreía como quien ha decidido no oír mucho lo que se cuece, sonreía "como grieta en un muro desconchado." Tenía que hablar de Lisboa, era un festival de ciudades y literatura, y a él Lisboa en sí parecía importarle poco como tema. Hablaba con pausas, pero con la cadencia de soliloquio de los sordos. No, no iba a hablar de Lisboa. Su interlocutor intentaba retomar el hilo hacia la ciudad, y Lobo Antunes seguía a la suya, hablando de la guerra de Angola, de su abuelo, de sus ideas...

Nos hizo reír mucho, pero con la risa melancólica de las cosas desnudadas de súbito. En el fondo había siempre una piedra 
temblorosa: "Tú, duro en el interior de ti, como un puño cerrado que se estremece."

Lobo Antunes me había confirmado ya  un día que hay cosas que nos pertenecen ..."te pertenece esta tarde en Lisboa, puede ser que alguna paloma, alguna estatua,el río." 
Lo he recordado a menudo, paseando, apropiándome de la luz y de las palomas de cualquier lugar. 


Y muchas otras cosas, como saber que no hace falta ser diestro en manejarse a uno mismo para ser hombre.."Cuando las circunstancias me obligan a pensar en mi, encuentro a un hombre tan lerdo con los sentimientos como otros son torpes con las manos".

Alguien que entiende la escritura  como "tocar el piano en las nubes, como los elegantes que van de piedra en piedra para no ensuciarse los pantalones. "

Lobo, Lobo Antunes, el que de mayor quería ser Sandokan y se dedicó a las letras por no saber bailar como Fred Astaire...que placer fue escucharte y reconocerme...

Terminó como si de repente tuviera prisa por marchar. Avancé hacia el escenario con la misma 
timidez y casi miedo que él se había dirigido a sus 5 años hacia el despacho de su abuelo cuando éste lo reclamó, subiendo las escaleras despacio...(" He oído que escribes versos, "- le espetó, ¿no serás maricón?"). Traíamos su Tercer Libro de Crónicas en portugués. 
Cuando nos dirigimos a él se disculpó, apresurado. "¡Es que tengo 
que ir a echar una meadita!" Ser sabio sin solemnidad, ese era el secreto del hombre que me había cautivado con sus trazos de ternura infinita sábado tras sábado al final de la adolescencia. 

"Un buey que labra  palabras", así es el escritor amable que salía disparado hacia el lavabo. El mismo que no quiso estrecharle la mano al primer ministro de Portugal en la feria del libro de Frankfurt y el mismo que decía, ya un poco viejo: "Mi cabeza está llena de 
preguntas. No dudas. No inquietudes. Preguntas. Mi madre solía decirme Cuando seas mayor comprenderás. No debo haber envejecido en absoluto porque no comprendo nada." 

No comprender nada y seguir "cosiendo la vida, lentamente, por el revés del dolor". 

Por Sílvia Ardévol

sábado, 25 de abril de 2015



                                       El fomento de la lectura

Como profesora, a menudo me piden alumnos que les recomiende un libro, pero que sea “de los que no hacen pensar”. Resulta que es mejor activar el “modo avión” de la mente, no fuera que la gastáramos. La única forma que encuentro de fomentar la lectura es educando —también a los mayores aún educables— en el gusto por la soledad, el recogimiento y lo complejo. La alergia a lo complejo nace de una sociedad distraída, donde lo que no es estrictamente productivo cuenta como pérdida de tiempo. Si no se nos enseña a estar desconectados, fuera del curso de interrupciones constantes a la que nos expone la tecnología, la concentración que exige la lectura de un buen libro no puede tener lugar. Habría que incluir en los planes educativos una asignatura en la que se aprendiera a recoger al final de cada día los trozos dispersos de uno mismo que la vida apresurada se ha encargado de esparcir. Entonces sí, que gusto sería, quedarse dormido, pensando, con un libro de altura desparramado sobre el pecho.

Sílvia Ardévol Sala, publicado en El País 25/04/2015

http://cultura.elpais.com/cultura/2015/04/21/babelia/1429617630_062482.html

miércoles, 15 de abril de 2015





"Los recuerdos son como perros abandonados, vagabundos, nos rodean, nos miran, jadean, aúllan alzando la vista a la luna; querrías ahuyentarlos, pero no se marchan, te lamen ávidamente la mano, y cuando les das la espalda, te muerden... "

"Yo, Otro"
Imre Kertesz

martes, 14 de abril de 2015


Al difunto Matías Pascal, de Luigi Pirandello

"Semana tras semana
Le trae flores a su tumba.

Paso severo, rostro impávido,
mirando al suelo,
pueblo arriba
-pueblo liviano hasta la nimiedad-
y un ramo apretado en el puño
a homenajear el gran fracaso
de no haber conseguido ser otro.

Inventarse no era tan fácil: 
la máscara pesaba sobre los párpados
y no había plenitud
en el no poder contar
un solo recuerdo genuino.

Mentir no era tan divertido, 
al fin y al cabo.

Extrañaba a Matías con su mediocridad,
con su vida de cactus o de pájaro.
Echaba de menos el ir y venir, 
de la biblioteca a casa,
de casa a la biblioteca,
sus hijas muertas,
la dosis estudiada de azúcar en el café.

Echaba de menos existir con apellidos,
con un abuelo de verdad,
y la posibilidad de ser alguien para el mundo:
denunciar, enamorarse, suicidarse.

La misma alegría ante la libertad
que ante el camino de vuelta a casa.
Ulises triste, que vuelve, 
resignado, a quien fue.

No, no era tan fácil ser otro,
Matías Pascal.
Inventarse cada día fatigaba.

Y ahora levantas un pie tras otro,
y tributas, con un gesto florido,
una existencia vencida y vencedora"

Por Sílvia Ardévol



sábado, 11 de abril de 2015

                                               

Cinco meditaciones sobre la muerte,
François Cheng

La primera vez que vi a François Cheng en un programa francés que entrevistaba a Michel Onfray no sabia quién era. Tenía aspecto de sabio, todo el rato observando, silencioso...hasta que el presentador lo interpeló directamente y después de una pausa larga dijo no haber reflexionado lo suficiente sobre el tema para poder dar una respuesta. Supe después que se trataba de François Cheng y que, efectivamente, pertenecía a aquella clase de intelectuales de otra epoca, lejos de los focos mediáticos, de los que dejan reposar los temas antes de pronunciarse. Esto es lo que parece haber hecho en estas 5 meditaciones expuestas aquí sobre un tema peliagudo como es la muerte. Se trata de un seguido de conversaciones ante un público al que llama "amigos", y ante el que despliega  su visión particular sobre la muerte y también sobre la belleza. El hecho de que Cheng participe de dos culturas situadas en los dos extremos del continente euroasiatico acentúa la peculiaridad de suvisión,sabiendo tomar lo mejor de cada una.El mismo anuncia en su primera Meditación que su percepción de la vida està condicionada por sus orígenes, por venir de lo que se llamaba el Tercer Mundo, en el que "cualquier migaja de vida era recibida como un don inesperado."  

Durante los años de guerra experiementada en su juventud, la posibilidad de la muerte era precisamente lo que empujaba a toda una generación "en esta ardiente urgencia de vivir" y a defender la vida como si de un fiel abogado se tratara.

Parte de la premisa de que todas las cosas mueren, incluso la felicidad. Y es precisamente esta consistencia frágil lo que le aporta su componente más lumínico.

Avanza hasta lo que parece la inmensa paradoja: ¿ser consciente de
 la muerte puede acercar más a la vida? En efecto, calificar el estar vivo como un milagro, con sus instantes fugaces de felicidad, darse cuenta del don inaudito que supone despertarse cada día...esto hace abrazar con asombro y aprecio algo que podría no estar sucediendo: que existamos. Y para Cheng existir no se reduce a existir corporalmente. Vivir compromete todo el ser.

Y aún hay otro milagro más: entre los seres marcados por la finitud surge un gozo propio del infinito. ¿Qué poseemos, en realidad? Poco más que el instante. Junto a la certeza de la muerte, tenemos la certeza de poder ser los maestros del instante de vida. Y es este instante el que cuando lo vivimos como único, con plena conciencia 

de su irrepitibilidad , entronca con lo que debe de ser la eternindad. 

Cita de Rimbau, quien comprendió que la eternidad se encontraba en el instante:

"Ha vuelto a ser encontrada.
¿Qué? La eternidad. 
Es el mar que se ha ido 
con el sol. "

En su tercera meditación/conversación Cheng aborda el tema de la belleza. A no ser que uno tenga mala fe, dice, debe admitir sin reservas que el universo vivo es bello.  Esta belleza que habita el menor de los rincones es la que nos persuade constantemente, aunque no lo sepamos, de que merece la pena vivir. Con la belleza se 
establece una relación de apego-desapego relacionada directamente 
con la muerte. Aparece la belleza en la cresta del instante y después huye, y luego vuelve a parecer. No dura, se nos escapa. Muere para renacer, con otra forma, conmovedora también.


Así, vivir con plena conciencia de la fragilidad de la vida y de la belleza no deja de ser una invitación a la plenitud. Los occidentales que no hemos vivido en el tercer mundo, y para los que la guerra ha sido sólo una narración de los mayores o de los libros, hacemos bien en prestar oído a esta visión particular de este sabio escritor francés. Quizás la muerte no tenga que ser un tabú, al fin y al cabo. Vivir mirandola de reojo puede ser la fórmula para habitar, todavía un poco más si se puede, la frágil belleza de cada instante. 

Por Sílvia Ardévol

viernes, 3 de abril de 2015



    "Por qué se escribe", Maria Zambrano 



"Escribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que precisamente por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas.
Pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de una justificación. El escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella se encuentra.
Habiendo un hablar, ¿por qué el escribir? Pero lo inmediato, lo que brota de nuestra espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables, porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reacción siempre urgente, apremiante. Hablamos porque algo nos apremia y el apremio llega de fuera, de una trampa en que las circunstancias pretenden cazarnos, y la palabra nos libra de ella. Por la palabra nos hacemos libres, libres del momento, de la circunstancia apremiante e instantánea. Pero la palabra no nos recoge, ni por tanto, nos crea y, por el contrario, el mucho uso de ella produce siempre una disgregación; vencemos por la palabra al momento y luego somos vencidos por él, por la sucesión de ellos que van llevándose nuestro ataque sin dejarnos responder. Es una continua victoria que al fin se transmuta en derrota.
Y de esta derrota, derrota íntima, humana, no de un hombre particular, sino del ser humano, nace la exigencia del escribir. Se escribe para reconquistar la derrota sufrida siempre que hemos hablado largamente."

miércoles, 1 de abril de 2015


       
          Friedrich Hölderlin, "Hiperión"


   Siempre me ha conmovido la historia del ebanista de Tübingen que después de leer "Hiperión" de Hölderlin decidió sacarlo de la clínica donde estaba ingresado por sus frecuentes crisis mentales. Se lo llevó a casa y vivió 36 años con él y su familia en un estado de locura pacífica, hablando en un lenguaje difícil de comprender, mezcla de alemán, griego y latín. Imagino las comidas cotidianas, los paseos, la vida compartida con el gran poeta de las letras alemanas, con la misma "sonriente seriedad" de su Hiperión, aparentemente menguado respecto a quien fue...¿qué grandeza adivinaría el ebanista de Tübingen en el autor de Hiperión para adoptarlo en casa como uno más, considerando un honor cuidarlo y atenderlo? La misma que percibe cualquiera que se acerque a este libro con la voluntad de comprender mejor al ser humano y su búsqueda infatigable de excelsitud.

   En esta obra se hace eco la insatisfacción perpetua del autor, las tensiones y cargas que conlleva intuir siempre que tiene que haber algo más...todo en un estado de hiperlucidez constante, insostenible, del que busca comprender, todo el tiempo.

   En un lenguaje exquisitamente lírico, Hölderlin narra los amores de Hiperión y Diotima, "la bien amada de las bienamadas." El nombre de Diotima no es casual: en "El Banquete" de Platón es Diotima la que sostiene que el amor responde a un anhelo de inmortalidad.

   De su encuentro con ella dice Hiperión: "¿Qué son los siglos frente al momento en que dos seres se adivinan y se acercan de esta
 manera? (...)¿Qué vale todo lo que los hombres hacen y piensan durante milenios frente a un solo momento de amor?

   Y este momento de amor, de un amor de los que surgen una o dos veces por siglo, pasa a narrarlo con un lirismo que estremece:

   "A partir de entonces, nuestras dos almas vivieron una unión cada vez más libre y hermosa, y todo en nosotros y en torno nuestro se conjugaba en una paz de oro. Parecía como si el viejo mundo hubiera muerto y empezara con nosotros uno nuevo, tan sutil, tan fuerte, tan amoroso, tan ligero se había vuelto todo, y nosotros, y con nosotros todos los seres, volábamos, espiritualmente unidos, como un coro de mil tonalidades inseparables, a través del Eter infinito.
Nuestras conversaciones transcurrían como una corriente de aguas azules en las que brillan aquí y allá las arenas doradas, y nuestra calma era como la calma de las cimas, de esas alturas espléndidamente solitarias, muy por encima del espacio de las tormentas, donde sólo el aire divino murmura todavía en la frente del audaz viajero.
Y luego la maravillosa, la santa tristeza, cuando sonaba la hora de la separación en medio de nuestro arrobamiento y yo exclamaba: "¡Ahora volvemos a ser mortales, Diótima!", y ella me decía: "¡La muerte es apariencia, es como esos colores que centellean en nuestros ojos cuando hemos mirado mucho tiempo al sol!"
¡Ah, y los deliciosos juegos del amor! Las palabras acariciadoras, las solicitudes, las susceptibilidades, el rigor y la indulgencia...
¡Y la clarividencia con que nos mirábamos el uno al otro, y la fe 
infinita con que nos magnificábamos mutuamente!
¡Sí!, el hombre, cuando ama, es un sol que todo lo ve y todo lo transfigura; cuando no ama, es una morada sombría en la que se consume un humeante candil."

  Pocas descripciones en la historia de la literatura universal alcanzan tales cotas de sentimiento.

  De esta sublimación de la experiencia amorosa, surgen toda una serie de conversaciones entre los amantes, y aquí Hölderlin pudo dar voz a sus más íntimas reflexiones sobre el ser y lo que le hace vivir. Vivir y sufrir, porque la melancolia trepa por los sentimientos intensos como su ineludible reverso.

Hasta la tristeza es menos enemiga, como cuando dice "estaba triste, pero creo q los bienaventurados deben de sentir también esa tristeza. Era la mensajera de la alegría, era el gris que precede la luz del día, del que brotan las innumerables rosas del amanecer..."

  En Hölderlin,quién fue y cómo vivió, se ejemplificó la máxima que puso en boca de su personaje: "Nada puede crecer y nada puede hundirse tan profundamente como el hombre". Desde su hundimiento profundo en la locura, todavía componía poemas y recitaba fragmentos de "Hiperión" a visitantes curiosos que lo venían a ver en su cuarto de Tübingen.

  En efecto, "hay horas grandes en la vida." Quien ha tenido la fortuna de habitar alguna de las sublimes, vivirá al borde del precipicio pero con recuerdos para el resto de sus días. Cómo escribió Hölderlin a un amigo antes de precipitarse cuesta abajo em sus crisis mentales: "temo acabar sufriendo la suerte de Tántalo, que recibió de los dioses más de lo que podía digerir"

Por Sílvia Ardévol