miércoles, 18 de marzo de 2015


Sándor Márai, "El último encuentro"

   Márai es quietud, una quietud que se trasluce en las conversaciones que sostienen sus personajes, que dialogan a la vez como si tuvieran toda la vida por delante y como si esa ocasión fuera su último encuentro.  Así reza el título de esta obra magistral del escritor austro-húngaro, "El último encuentro", por lo que en esta ocasión ya sabemos con seguridad al empezar a leer que esta vez sí, que se van a decir cosas importantes porque es la última vez. 

  Cuarenta y un años y cuarenta y tres días han estado dos amigos sin verse. El general, y su invitado, pertenecientes a distintas clases sociales, separados por diferentes inclinaciones y unidos por el hecho de haber amado a la misma mujer. Entre ellos hubo un conflicto y un secreto, que en esta velada y en la larga conversación va a desentrañarse, con la lentitud de lo que merece deshilacharse despacio, exponiendo la urdimbre sin llegar a un claro desenlace. 

   Desde la vejez, si su mejor amigo lo quiso matar o los pormenores de las veces y maneras en que se acostó con su mujer han perdido importancia. No son esas las dos preguntas que quiere formularle el general, quizás porque conoce las respuestas o porque quizas el paso del tiempo resta trascendencia a esas cuestiones. " Todo eso que la gente llama "engaño", esa rebelión triste y aburrida de los cuerpos hacia una situación y hacia una tercera persona, resulta terriblemente insignificante, casi penoso, si lo miramos desde la distancia del tiempo, al final de nuestra vida; algo parecido a un accidente o un 
un malentendido."

" Existe la verdad de los hechos, ocurrió esto y lo otro. Sin embargo, a veces los hechos son solamente consecuencias lamentables de otros hechos. Uno no peca por lo que hace sino por la intención con que lo hace."
Entender puede resultar catártico, y eso es lo que busca el general, comprender. Lleva 41 años preparándose para esta conversación. Las intenciones permanecen ocultas tras un velo, y el lector no logra tampoco entrar a fondo en los motivos de un interlocutor más bien silencioso, que se entreabre a las reflexiones del general. Reflexiones sobre la amistad como la más elevada y honorable de las relaciones humanas, como Cástor y Pólux, Gilgamesh y Hekidu, amigos legendarios, nunca libre de un atisbo de erotismo, pero no del que precisa del cuerpo, no; más bien el cuerpo resulta un estorbo. "En el fondo de todo amor, de todo cariño, de toda relación humana, late el erotismo."

"Nosotros éramos amigos", le espeta el general más adelante."Entérate de una vez, por si todavía no lo sabes (...) Éramos amigos, y esta palabra tiene significados cuya responsabilidad sólo conocen los hombres. Tienes que ser consciente de la absoluta responsabilidad que contiene esta palabra (...) Éramos amigos, y no hay nada en el mundo que pueda compensar una amistad. Porque si tú y yo no hubiéramos sido amigos, no habrías levantado el arma contra mí aquella mañana, en el bosque, durante la cacería."

Efectivamente, hace falta ser amigo de alguien, muy amigo, para inspirarle también el deseo de matar. 


Márai se entretiene también con reflexiones sobre vejez ...se envejece por partes, dice: los ojos, las piernas, el estómago, el corazón..."más tarde, de repente, empieza a envejecer el alma(...) cuando se acaba el deseo de placer, ya sólo quedan los recuerdos, las vanidades, y entonces sí que envejece uno, fatal y definitivamente. Un día te despiertas y te frotas los ojos, y ya no sabes para qué te has despertado. "

La noche ha ido avanzando, en la sala permanece la imagen de dos ancianos enjutos,  diminutos en las sombras, que casi se desvanecen en la oscuridad. 

Pero hay una última pregunta por responder en este último encuentro.

 " ¿Crees tú también que el sentido de la vida no es otro que la pasión, que un día colma nuestro corazón, nuestra alma y nuestro cuerpo, y que después arde para siempre, hasta la muerte, pase lo que pase? ¿Y que si he­mos vivido esa pasión, quizás no hayamos vivido en vano? ¿Que así de profunda, así de malvada, así de grandiosa, así de inhumana es una pasión?… ¿Y que quizás no se concentre en una persona en concreto, sino en el deseo mismo?… Tal es la pregunta. O puede ser que se concentre en una persona en concreto, la misma siempre, desde siempre y para siempre, en una misma persona misteriosa que puede ser buena o mala, pero que no por ello, ni por sus acciones ni por su ma­nera de ser, influye en la 
intensidad de la pasión que nos ata a ella. Respóndeme, si sabes responder —dice elevando la voz, casi exigiendo."

— ¿Por qué me lo preguntas? —dice el otro con cal­ma—. Sabes que es así.”

Así, aunque "todo se convierte en polvo y ceniza, incluso los hechos", haber vivido una pasión, haberla experimentado hasta el fondo de uno mismo, quizás sea la legitimación mas poderosa de una existencia que se acaba. ¿Lo pensó Márai cuando el 21 de febrero de 1989 se disparó un tiro en la cabeza, siendo un anciano, con el fin en frente? 
No me cabe la menor duda. 

Por Sílvia Ardévol

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